viernes, 19 de abril de 2013

Inv/boca: elixires y transgresión vocal.

Día Mundial de la Voz. 16 de abril de 2013.
Este texto se hizo para el encuentro final de jornada, junto con otras lecturas, performances, y canciones.


Pasos entre registros o mecanismos de la voz. Fronteras donde los límites bailan. Sucesivas combinaciones entre aire, pliegues vocales, bandas ventriculares, boca. Sonidos que requieren el apoyo en los huesos como soporte de los músculos. Sonidos entre el rito y la necesidad, entre el dolor y el placer. Cuando el cuerpo alcanza un perímetro, una frontera en que lo conocido deja de servir, aparecen la curiosidad y el vértigo. Reaparece la voz con sus límites. También con sus sorpresas.

La voz orgánica: del esfuerzo, del sexo, defecación, vómito, risa, lamento... Voces recluídas en la trastienda, que solo se permiten en público bajo las condiciones controladas del rito. Tus diablos cantan decía Enrique Pardo.
En el perímetro de lo conocido, la voz es zumo y fermentación: elixir. Invisible pero contundente; de la boca al oído y del oído al cuerpo. Territorio donde la cultura bebe de lo salvaje. Sonoridad todavía ajena al lenguaje, sensorial, emotiva. El fonema salvaje: soldadura autógena entre el mito y la palabra, cuantum de luz, materia fónica libre, golpe de vida.

Se invoca al mito por la puerta del sonema. Nos dejó dicho Oteiza.

Alejada del mundo de los símbolos -máscara de sí misma y nada más- la voz en transgresión habita donde se unen placer y dolor, entre la piel y las sombras. Ensambladura de tinieblas, revela nuestro propio rostro, las pasiones, el patrimonio íntimo.

La animalidad, el territorio subyacente, solo en apariencia es “lo otro”. La conciencia de ese “otro” que notamos tan cerca genera violencia, desasosiego, aroma de supervivencia, y nos conduce al acto inédito, a la voz desconocida.  Asoma una flora psicológica distinta. Podemos sentir el riesgo, el peligro. Elixir venenoso o medicina. Frontera delicada. Es ahí donde solemos retroceder a falta de voluntad, implicación personal, necesidad íntima. Hace falta tiempo, rigor, orden, precisión y riesgo. Y dado que en el escenario todo tiene que ser posible, asegurémonos de manejar nuestro arte. Por el bien de nuestra salud.

Hace falta cierta dureza consigo mismo, cierto sacrificio y ofrenda, porque la voz es casi el cuerpo mismo. Mientras el dolor advierte, señala el peligro, conduce a la respuesta orgiástica, la conciencia, el ego y la auto-imagen se esfuerzan por mantenernos en nuestros límites. Frente al dolor, la defensa psicológica produce más dolor. En la frontera entre dolor y placer descubrimos que no son extremos. Se parecen incluso fisiológicamente. Dar voz a ese territorio puede liberar la tensión ontológica entre el animal y el ego: elixir extático, más allá del dolor y del placer.  Porque placer y sufrimiento son un problema para el ego pero no tanto para el organismo: acrecienta su sensibilidad y amplía sus límites. Está preparado.


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